La actual crisis social, política y sanitaria, tendrá consecuencias culturales. La convivencia en los hogares, en los lugares de trabajo; las relaciones de poder al interior de las instituciones complejas como las educativas y las de representación política; las formas de organización del trabajo y de las actividades productivas; la circulación de personas y mercancías por las vías de transporte tradicional; la investigación, el conocimiento, la cultura y nuestros modos de relacionarnos; todo está cambiando.


Las instituciones educativas deberán abandonar sus viejas estructuras verticales para acoger formas de trabajo educativo más horizontales, participativos, dialogantes y consultivos ante la emergencia de la diversidad de actores

Emergerá una sociedad distinta a cómo había sido hasta comienzos de 2020, no será un amanecer ante una nueva realidad, pero si la configuración de un nuevo espacio cuyo punto de partida ha sido esta crisis sanitaria que ha acelerado unos modos de vinculación y que seguramente consolidará una nueva forma de relación social, política y cultural para una buena parte de la humanidad, pero en especial para las sociedades de desarrollo más avanzado en cada región y al interior de cada país. Lo mismo respecto de las áreas que se transformarán con mayor profundidad, siendo la educación una de las cuales tendrá los mayores retos, pues más que la incorporación de nuevas tecnologías como ocurrirá en la industria y los servicios mercantiles, financieros y de transporte, implicará un cambio cultural que tendrá nuevos énfasis y desafíos en los ámbitos curriculares, de organización institucional y de las formas de enseñar y aprender:

  • Respecto de las transformaciones curriculares se hace evidente la profundización de la formación para una ciudadanía que acoja los temas globales y locales con mayor énfasis, responsabilidad y sentido colectivo. El desarrollo de conocimientos y de una toma de conciencia ante el cambio climático y la equidad de género; la valoración de la participación, de la tolerancia, del cambio y de la convivencia pacífica; el desplazamiento de la indiferencia ante el dolor, ante el egoísmo social, del individualismo por compromisos colectivos, la compasión y la solidaridad; entre otros, deberán ser los ejes del desarrollo curricular para la enseñanza y el aprendizajes de las ciencias, de las artes y de las humanidades.
  • Las instituciones educativas deberán abandonar sus viejas estructuras verticales para acoger formas de trabajo educativo más horizontales, participativos, dialogantes y consultivos ante la emergencia de la diversidad de actores. Lo anterior no solamente para el espacio donde se congregan estudiantes y profesores, que ya debieran comenzar a configurarse físicamente de maneras más acogedoras y menos asociadas a formas industriales, sino que también en los cuales se delibera la formulación e implementación de las políticas públicas, especialmente en los cuales se toman las decisiones que impactan en la cotidianeidad de la vida educativa, como son las escuelas, liceos y universidades. La arquitectura piramidal tradicional será desplazada en favor de nuevos espacios multinivel que asegurarán la gobernanza del sistema y garantizarán su eficacia en el logro de sus objetivos.
  • Enseñar y aprender será cada vez menos diferenciado. La pedagogía educativa que ya venía alterándose sustantivamente producto de los nuevos aportes de las ciencias y disciplinas sobre el conocimiento del ser humano y de éste y su relación con el entorno inmediato, pero que la crisis ha dado un impulso acelerador que permitirá a lo menos, profundizar dos áreas: primero, la centralidad de las y los estudiantes, como sujetos activos de los aprendizajes propios, el de sus profesores y el de la propia institución educativa; y segundo, no menos central que la anterior, la preocupación e inversión en la formación de los profesionales de la educación. En efecto, a la insuficiencia anunciada de docentes para los próximos años en ciertos niveles y disciplinas, tenemos que agregar la necesaria inversión en la formación permanente de los docentes de aula y de directivos vigentes en el sistema escolar y de las instituciones y formadores de los docentes, tanto para abordar las necesidades actuales como futuras antes enunciadas, como para instalar e incrementar mayores y necesarios niveles de coherencia entre las políticas públicas y los objetivos que la sociedad formule para que el sistema educacional los pueda cumplir de manera efectiva.

Los retos educativos para el siglo XXI se han visto revitalizados unos y han emergido otros, lo cual además de ser un desafío actual, constituye un deber abordar desde la practica escolar y académica, desde las política y la cultura, pero sobre todo, desde el seno de la profesión docente, desde la cual debiéramos no solo esperar sino que comenzar a escuchar y leer contribuciones que incrementen lo que Fullan y Hargreaves (2012) denominan “capital profesional”. Si nuestra preocupación por el bienestar de las próximas generaciones es genuina, no debiéramos discrepar en la urgencia de concretar esta inversión social ahora.

 

https://www.elquintopoder.cl/educacion/urgencia-enfasis-y-desafios-para-la-educacion/

 

TAGS: #DESAFÍOSDELAEDUCACIÓN

Leave a Comment